jueves, 13 de enero de 2011

El bandera

Los viajes a Cazorla con la aurora, al alba, por la mañana, todas las mañanas o por la tarde, todas las tardes, han dejado de fascinarme. He cambiado mi euforia por resignación. Quizá, como dicen por ahí, porque estamos programados para ser medianamente felices, cuando somos muy felices se nos olvida que podríamos ser menos y, a la inversa, hasta los desgraciados pueden ser por momentos medianamente felices. Todos tendemos a la normalidad en el tema felicidad y a mí, después de varios meses, se me ha terminado normalizando la sensación de tremenda satisfacción.

Hay días que, a la vuelta, puedo ver hasta el brillo de la nieve de las altas cumbres de Sierra Nevada cuando corono Torreperogil. Ya no me ilusiona. Aunque el día esté tan claro que casi pueda ver Gorafe, la Sierra de Baza, y recordar el año que pasé allí más solo que la una; me reflejo en el cristal ¡con una cara de asco!

El otro día hizo mucho frío. Mucho, mucho. El reloj del coche debía marcar apenas 1 grado llegando a Cazorla y, a lo lejos, en medio del tedio general de los obreros de mantenimiento de carreteras había un moro. Vestía un bigote negro zahino arqueado por unas sonrientes mejillas y movía un trozo de tela rojo a modo de bandera tan enérgicamente sobrado que aún le quedaban fuerzas para dedicar sonrisas y muecas a cada coche que pasaba.

Cuando me tocó pasar hizo lo mismo que con mis predecesores al volante. Miró, me buscó, me encontró, meneó la bandera casi hasta romperla y me sonrió. Toma eso!!! ¿Y éste? Feliz.

A la vuelta, tras la jornada, serían las dos, encontré de nuevo al moro en el mismo punto kilométrico. Esta vez no movía una bandera ¿la habría roto? Se había encaramado a un rastrillo y parecía que quería desgastar el asfalto que barría. No le quité ojo porque temía que .... ¡¡seguía riéndose!! ¡¡la madre que lo parió!!

Esta mañana no he visto al moro. Las obras de la carretera han terminado y ya se puede circular por ahí con normalidad. Al volver, he visto brillar la cumbre del veleta y me he parado al coronar Torreperogil para disfrutar de un día claro. He vuelto a normalizarme. Esta vez hacia arriba. La serrata, compadres, la serrata.

Sed felices, amigos.

2 comentarios:

  1. Bueno, yo en verano me tiro 23 horas al día cabreado (por que 1 hora consigo dormir) del calor que paso. Ducharte para empezar a sudar es como ducharte para que al salir te den ganas de cagar.
    Medio año pues deseando que llegue la época de sudaderas y faldillas... y cuando llega, no tardo mucho en cabrearme con los gripazos, los diluvios y los pies helados 24 horas al día.
    Mejor pensar lo bien que está uno ahora, ayudándose recordando las malas épocas pasadas, que háilas.

    Salud Don Regustín !!

    ResponderEliminar
  2. Solo si atravesamos la sombra somos capaces de apreciar la luz. Tan necesaria una como otra, son las responsables de la continua búsqueda del equilibrio, esa sensación que nos eriza la nuca con la sutilidad de un deja vu, y que nos hace sentir que estamos vivos.

    La serrata, amigo, la serrata.

    ResponderEliminar