sábado, 31 de julio de 2010

Destino


     Son muchos los modos de reflexionar sobre el destino: en voz baja, queda, sorda o indisciplinadamente alta, extremosa y desaforada; en la más absoluta de las soledades, ante un interlocutor o, irreverentemente, ante el gran público; ebrio, lúcido y afinado o, por contra, sobrio, efusivo y desproporcionado; parco, escueto y sintético o enmarañado, extenso e inextricable. 



    Por contra, son pocos los caminos que nuestra pertinaz razón ofrece al destino, a saber, escrito, impíamente,  o voluble, veleidoso, a merced de nuestras nimias acciones y las de nuestros conciudadanos. 


     Los primeros, los que asumen de un modo casi cicatero que el destino está escrito, dejan en manos del registro de destinos personal e intransferible, que por cierto en breve estará en internet favoreciendo que las deidades no tengan que salir del cielo para su consulta, su día a día. En las ocasiones "viento a favor", ese destino resulta estar escrito en silestone, de calidad, de un color bonito, un tono melifluo con letras de oro, platino o diamante. Empero, con "viento en contra", todo es más farragoso, la conducta se torna abúlica, sinuosa, embriagada por la zozobra que enquista el inevitable camino a seguir.


     Los segundos, los bizarros que miran al execrable destino con insolencia, con la fruición de ser superiores, de poder controlarlo y manipularlo, se sienten todopoderosos, inmunes, cascarones de huevo a salvo de las veleidades del maltrecho destino. Tanto con el viento a favor como en contra, luchan, empujan, impetuosos y bravucones, convirtiéndose en líderes de la manada de las putadas de su día a día. No obstante, en ocasiones, suelen culparse de un modo enfermizo y, aquí, comienza su caída libre al abismo de la excelsa responsabilidad.
  
     Tanto unos como otros se las tienen con el destino: lo miran a la cara o lo esperan mientras miran a otro lado; muestran su disconformidades o se conforman con mitades; se sienten todopoderosos o entregan todo el poder a otros; son o se dejan ser.


 ¿Quién se permite el lujo de controlar nuestros destinos? ¿Somos nosotros? ¿Nos pertenecen? ¿Hay un destino? ¿Es un invento del Corte Inglés?


     Ayer, consulté mi destino. Desde cerca no veía nada. No sabía lo que me deparaba. Tuve que ir cogiendo perspectiva y servirme del "zoom menos" de Google Maps para saber que Cádiar es un maravilloso pueblo de la alpujarra, a 1.000 metros de altura y con 1.600 habitantes, a caballo entre Granada y Almería. Allí tenéis, DIARIANTES, cuando yo la encuentre, vuestra casa durante este curso escolar 2010-2011.


Abrazos.

7 comentarios:

  1. Yo siempre he pensado que esa colección de destinos de los que nos vanagloriamos o nos lamentamos amargamente no son más que hitos de un camino que nos lleva al tan ansiado Kharma, acaso un horizonte luminoso al que nos gusta mirar y por el que todos nuestros triunfos y tropiezos cobran sentido.

    Lo único que sé, amigo mío, es que estamos más cerca de él.

    Alzo mi copa por tí.

    ResponderEliminar
  2. Maldito destino.
    Ya quiso el destino hace un año y algunos días que me quedara cojo, ciego de un ojo y manco.
    Yo sí que creo que quien menos control tiene sobre nuestras vidas, somos nosotros mismos. Son muchas las circunstancias que nos van guiando por un camino u otro, y que muchas veces es el camino que jamás habríamos escogido.
    Mucha suerte en tu nuevo reto, hermano.

    Saludos desde las aguas saladas de la costa del sol.

    ResponderEliminar
  3. Hace un año y algunos días también me extirparon a mí tela de cosas. Y fue con mi consentimiento pero sin mi conocimiento. Vamos, que me dejé media vida en la cuneta. Cuneta que ahora vigilo mientras conduzco a veces de buenas y, otras muchas, de malas cada Lunes por la mañana. El destino, supongo.

    Huele a playa.
    A pasarlo bien.

    ResponderEliminar
  4. Muy buen escrito, sublime Sir Agustín. No obstante dejaré mi opinión al respecto:

    Vicente lleva mucha razón, casi siempre somos nosotros mismos los que, con poco control sobre nuestras vidas, hacemos que las cosas nos vayan mejor o peor. No obstante, he de decir, con absoluta certeza, que para una persona creyente en Dios como lo soy yo, es bastante sencillo descansar en EL mi destino, es bastante esperanzador y tranquilizador. Yo solo he de preocuparme de trabajar duro cada día, y confío que el resto llegue solo, no como arte de magia, claro que no, sino como regalo del cielo.

    Ummm, que idea para mi siguiente escrito...jejeje

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  5. Voy a consultar los Astros, a ver si este año de verdad vamos a verte para que nos enseñes tu nueva ubicación. Yo creo que sí, más siendo la Alpujarra ;)

    ResponderEliminar
  6. Querido Sir Erik, lo imprevisible del destino es que cada uno le asignamos misterios distintos. Yo, por ejemplo, no espero regalos del cielo que no sea la lluvia, el sol, la nieve, ... Creo que todo tiene una razón más terrenal y que, por ello, aunque trabaje duro cada día, pueden torcerse las cosas y terminar hecho un adefesio. No obstante, es bonito pensar en la recompensa final o el kharma, como decía cualidades. No te engañaré, a veces, me lo creo.

    Martinelli, allí tenéis vuestra casa si los astros han tenido a bien regalarte un viaje a Cádiar en el itinerario de tu destino particular. Tú mirando los astros, tururú.

    ResponderEliminar